Autor: MIGUEL ÁNGEL GARCÍA VEGA, elpais.com, 23/10/2011
Lunes 24 de octubre de 2011, por Carlos San Juan
A la tierra le duele el capitalismo. Al menos su versión actual, en la que ha decidido que todo es susceptible de ser empaquetado como activo y enviado a los mercados financieros. Nada es ajeno a la fiebre de las plusvalías. Incluso las tierras de labor, vitales para la condición humana, están sufriendo enorme presión. En los últimos tres años, entre 60 y 80 millones de hectáreas (una superficie similar a la mitad de Francia) han cambiado de manos. Incluso hay quienes, como la firma independiente Global Land Project, sitúan esta cifra solo para África en 63 millones. Por si no bastara, el Banco Mundial revela que, en 2010, los inversores extranjeros "han expresado su interés" en 56 millones de hectáreas de tierra de cultivo en todo el mundo. E Intermón Oxfam habla de 67 millones confirmadas. Pues uno de los problemas es "la falta de transparencia. Ya que se ocultan datos e informes", avisa Lourdes Benavides, responsable de Justicia Económica de esta ONG.
Es imposible que este acoso no tenga consecuencias. La primera es una deslocalización agraria, como antes hubo una industrial y otra del sector servicios. Medio mundo se ha lanzado a comprar tierras fuera de su país de origen. Arabia Saudí (que en 2008 tuvo que cancelar un programa de explotación intensiva de trigo, que buscaba el autoabastecimiento, porque era insostenible desde el punto de vista de consumo de agua), India, China y Holanda están comprando o arrendando importantes extensiones en África, Asia y América Latina. Y lo hacen a través de instrumentos financieros o empresas nacionales. Todos quieren asegurarse los alimentos y sus ganancias. Pero este movimiento plantea una gran inquietud: "Si dejas que este proceso de deslocalización siga su curso, habrá millones de personas desplazadas, perdidas y con hambre", advierte Henk Hobbelink, coordinador de la ONG Grain.
Desde luego, a los mercados y a los especuladores, esta advertencia les llega con la fuerza de un susurro. Sus cuentas están hechas. La Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) estima que la producción de alimentos ha de crecer un 50% hasta 2050 para satisfacer la demanda mundial, y esto supone, se vista como se vista, un negocio cautivo.
Pero lo inesperado no es que se especule con las tierras, sino quiénes lo hacen. Los fondos de pensiones están destinando entre 5.000 y 15.000 millones de dólares a la compra de fincas de cultivo, afirma un trabajo publicado por Grain. Ya no son solo los fondos de inversión o de private equity los que buscan esos beneficios, ahora, grandes fondos estatales suecos, estadounidenses, daneses y holandeses han visto la posibilidad de negocio. Y, claro, a muchos les rechina, desde una mirada ética, que instrumentos pensados para asegurar la jubilación de trabajadores terminen buscando ganancias en esas tierras.
Tal vez rechine aún más que universidades como Harvard, Spelman o Vanderbilt estén en este negocio. Así lo ha evidenciado el think tank Okland Intitute en un informe de conclusiones inquietantes. Asegura que fondos de pensiones, hedge funds (vehículos de alto riesgo) y especuladores europeos y americanos están comprando enormes extensiones agrícolas en el continente africano. Muchas de ellas se destinan a la producción de biocombustibles o flor cortada en vez de alimentación básica. En Mozambique, según el periódico The Guardian, de las 433.000 hectáreas aprobadas para inversión agrícola entre 2007 y 2009, solo 32.000 se destinaron al cultivo de alimentos.
Por si fuera poco, parece que algunas lecciones no se terminan de aprender. "Las mismas compañías financieras que nos metieron en una recesión global inflando la burbuja inmobiliaria con arriesgadas maniobras ahora están haciendo lo mismo con el suministro mundial de alimentos", afirma, en una clara alusión a multinacionales y bancos de inversión, a través de una nota, Anuradha Mittal, director ejecutivo del Okland Institute.
Buscar un punto de equilibrio entre alimentación y compañías financieras es muy complicado. El banco holandés Rabobank es una de las entidades con más presencia en este sector. Su fondo Rabo Farm Europe (gestiona 315 millones de euros) invierte en tierras de cultivo y en granjas con una "visión de largo plazo", dicen. "El rendimiento esperado es doble", afirma desde Holanda Stefan Baecke, su consejero delegado. "Estamos pidiendo un precio de arrendamiento razonable a los granjeros por nuestras propiedades e intentamos lograr beneficios indirectos a largo plazo: entre 10 y 15 años". Ambas fuentes de ingresos deberían dar una rentabilidad superior en un par de puntos a la inflación.
Otro jugador de peso es DWS Investments, la gestora de fondos de Deutsche Bank. Su "estrategia para la agricultura mueve 4.000 millones de dólares", confirma, desde Nueva York, Ralf Oberbannscheidt, gestor del fondo DWS Invest Global Agribusiness (3.018 millones de dólares en agosto de este año). Eso sí, son conscientes de manejar un material delicado y sometido a una elevada presión. "Hay que invertir de una forma muy cuidadosa para minimizar cualquier tipo de impacto negativo", apunta. "Por eso es necesario conocer el entorno rural en el que se invierte y a la vez desarrollar infraestructuras para que esa producción sea sostenible".
No solo los instrumentos financieros han visto la oportunidad de hacer negocio, también los inversores particulares. Sai Ramakrishna Karaturi es el mayor productor de rosas del mundo. Hizo fortuna con ellas en Kenia, y ahora explota, según Grain, 300.000 hectáreas de tierra en Etiopía por las que paga una renta ínfima. El Gobierno etíope las está arrendando a los inversores extranjeros a veces por menos de 10 dólares por hectárea y en plazos de 20 a 45 años ampliables a 99. En el vecino Sudán apenas llega a los 25 céntimos de dólar por año y acre (4.406 metros cuadrados) en un periodo de ocho a 32 años.
En gran parte de África, la propiedad de la tierra es estatal y los pequeños agricultores (responsables del 80% de la producción agrícola mundial) son desplazados de unas tierras sobre las que no tienen ningún derecho escrito. Una desprotección que choca contra la fortaleza económica de países como India. No es de extrañar que empresas radicadas allí pensemos en
Olam International (que ha comprado 17.000 hectáreas en Argentina para cultivar cacahuetes y 16.000 en Uruguay para explotación láctea); Varun International (se ha hecho con 230.000 hectáreas para arroz y maíz en Madagascar) o KS Oils
(plantará palmeras en 130.965 hectáreas en Indonesia), que son muy activas en la compra de terrenos.
Puesto que no existe actuación sin reacción, hay que preguntarse de qué manera afecta esta tensión compradora al coste de los alimentos. "No es fácil saber si la adquisición de tierras agrícolas y la especulación en materias primas aumenta los precios. Podría ser, pero también hay influencias positivas", dice Gertjan van der Geer, gestor del fondo Pictet Agriculture. Menos dudas tiene Stefan Baeck, responsable de Rabo Farm: "Invertir en tierras de cultivo sin la estrategia adecuada acerca de cómo abordar las sensibilidades y los requerimientos de los grupos de interés se traducirá en una inversión fallida con impacto negativo en los precios de los alimentos".