Autor: RADFORD DELONG, elpais.com, 23/10/2011
Lunes 24 de octubre de 2011, por Carlos San Juan
(...) Para empezar, parte de esa subida del gasto público se compensaría con una mejora probable de 300.000 millones de dólares en la recaudación impositiva gracias a la mayor actividad económica. El resultado neto sería pues un aumento de 200.000 millones de dólares en la deuda pública. Por esa diferencia, los contribuyentes estadounidenses pagarían 2.000 millones de dólares anuales en intereses a lo largo de los próximos 30 años y, cumplido ese lapso, deberían devolver o refinanciar los 200.000 millones restantes.
Pero si la actividad económica experimenta una mejora anual equivalente a 40.000 millones de dólares, la recaudación impositiva aumentaría aproximadamente 10.000 millones de dólares anuales. Si parte de esa recaudación se usara para pagar los intereses reales de la deuda y se ahorrara el resto, las reservas financiadas con la recaudación adicional serían más que suficientes para devolver el incremento de la deuda pública cuando llegue el vencimiento de los bonos.
Dicho de otro modo, los contribuyentes saldrían ganando, porque los beneficios de la mejora de la actividad económica compensarían con creces los costos que supondría honrar más deuda pública, mientras que el Estado podría prestar más servicios sin aumentar los impuestos. También saldrían ganando los hogares, porque con sus ingresos podrían comprar más y mejores productos. Saldrían ganando las empresas, porque las mejoras de las infraestructuras serían útiles para la producción de bienes y para los trabajadores. Saldrían ganando los desempleados, porque algunos conseguirían trabajo. Hasta los tenedores de bonos saldrían ganando, porque recuperarían su dinero más los intereses pactados.
Entonces, ¿cuál es el problema? Ninguno.
Tal vez el lector se pregunte cómo puedo decir esto siendo, como soy, profesor de economía: esa ciencia triste que dice que no hay barra libre, que todo beneficio tiene un coste y que las historias demasiado bonitas para ser verdad acaban, inevitablemente, no siendo verdad.
Pero es que, en el contexto actual, dos cosas son diferentes. En primer lugar, el mercado laboral estadounidense está funcionando tan mal que un aumento del gasto público no supondría ninguna merma de recursos para la sociedad en su conjunto. En segundo lugar, los tenedores de bonos se están comportando como verdaderos tontos. Cuando el índice S&P 500 sube un 7% anual, tener bonos del Tesoro de EE UU a 30 años con un rendimiento del 1% anual ajustado según la inflación no es como para estar contentos. En realidad, esa diferencia de seis puntos porcentuales en el rendimiento real anticipado es una medida del pánico (extraordinario e irracional) que sienten los inversores, tanto que están dispuestos a pagar un 6% anual a cambio de seguridad.
Pero ahora mismo el Gobierno de EE UU puede emitir bonos y crear seguridad de la nada. O sea: el fisco estadounidense se podría quedar con ese adicional de valor del 6% anual y salir también ganando. Mientras que, de aquí a 30 años, cuando los tenedores de bonos que hoy se sienten ganadores vean el magro rendimiento de sus carteras entre 2011 y 2041 muy probablemente lamentarán la estrategia que eligieron.
J. Bradford Delong, exsecretario adjunto del Tesoro de EE UU, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley. (c) Project Syndicate, 2011. Traducción de Esteban Flamini.