Autor: PAUL KRUGMAN, 20 MAYO 2012, elpais.com
Wednesday 27 June 2012, by Carlos San Juan
De repente resulta fácil ver cómo el euro —ese grandioso e imperfecto experimento de unión monetaria sin unión política— podría venirse abajo. Y tampoco es que estemos hablando de una perspectiva distante. El sistema podría desmoronarse a una velocidad pasmosa, en cuestión de meses, no de años. Y los costes —los económicos y, lo que posiblemente sea aún más importante, los políticos— podrían ser enormes.
Los clientes han retirado efectivo con normalidad de la banca griega. Esto no tiene por qué ocurrir; el euro (o al menos la mayor parte de él) todavía puede salvarse. Pero para ello es necesario que los dirigentes europeos, especialmente en Alemania y en el Banco Central Europeo, empiecen a actuar de manera muy distinta de como han actuado estos últimos años. Tienen que dejar de moralizar y enfrentarse a la realidad; tienen que dejar de intentar ganar tiempo y, por una vez, adelantarse a las circunstancias.
Esta es la historia hasta la fecha: cuando el euro inició su andadura había una gran oleada de optimismo en Europa (y resultó que eso era lo peor que podía haber pasado). El dinero fluía hacia España y otros países que entonces se consideraban inversiones seguras; esta afluencia de capital alimentó unas enormes burbujas inmobiliarias y unos enormes déficits comerciales. Luego, con la crisis financiera de 2008, la corriente se secó, lo que provocó recesiones graves en los mismos países que antes habían conocido una enorme expansión.
En ese momento, la falta de unión política de Europa se convirtió en un grave inconveniente. Florida y España tenían sendas burbujas inmobiliarias, pero cuando la burbuja de Florida estalló, los jubilados pudieron seguir contando con recibir sus talones de la seguridad social y de Medicare de Washington. España no recibe ninguna ayuda comparable. Por eso el estallido de la burbuja se convirtió en una crisis financiera también.
La respuesta de Europa ha sido la austeridad: recortes drásticos del gasto en un intento de tranquilizar a los mercados de bonos. Pero cualquier economista sensato podría haberles dicho (y lo hicimos) que estos recortes agravaban la depresión de las economías europeas con problemas, lo cual socavaba la confianza de los inversores a la vez que conducía a una mayor inestabilidad política. Y ahora llega el momento de la verdad. Grecia es, por ahora, el foco del problema. Los votantes que están comprensiblemente enfadados por unas políticas que han generado un 22% de paro —más del 50% entre los jóvenes— se han vuelto en contra de los partidos que imponen esas políticas. Y como todo el sistema político griego estaba, en la práctica, intimidado para que respaldase una ortodoxia económica condenada al fracaso, la consecuencia del hastío de los votantes ha sido el aumento de poder de los extremistas. Aun cuando las encuestas se equivoquen y la coalición del Gobierno consiga alcanzar de algún modo la mayoría en la próxima votación, se acabó lo que se daba: Grecia no continuará ni puede continuar con las políticas que Alemania y el Banco Central Europeo le están exigiendo.
¿Y ahora qué? Ahora mismo Grecia está experimentando lo que se está dando en llamar “pánico bancario lento”: una retirada de fondos de los bancos a cámara lenta, a medida que cada vez más depositantes retiran su dinero en efectivo para anticiparse a una posible salida griega del euro. El Banco Central Europeo está, a efectos prácticos, financiando este pánico bancario prestando a Grecia los euros necesarios; en el (probable) caso de que el banco central decida que no puede prestar más, Grecia se verá obligada a abandonar el euro y a volver a emitir su propia moneda.
Esta demostración de que el euro es, de hecho, revocable, conduciría a su vez a retiradas masivas en los bancos españoles e italianos. Una vez más, el Banco Central Europeo tendría que decidir si proporciona una financiación indefinida; si dijese que no, el euro en su conjunto saltaría por los aires. Pero la financiación no es suficiente. A Italia y, especialmente, a España hay que ofrecerles esperanza, un entorno económico en el que tengan alguna perspectiva razonable de salir de la austeridad y la depresión. Siendo realistas, la única forma de proporcionar un entorno así sería que el banco central dejase de obsesionarse con la estabilidad de los precios y aceptase y de hecho fomentase que haya unos años con un 3 % o 4 % de inflación en Europa (y más en Alemania).
Tanto los gobernadores de los bancos centrales como los alemanes detestan esta idea, pero es la única manera plausible de que el euro pueda salvarse. Durante los dos últimos años y medio, los dirigentes europeos han respondido a la crisis con medidas incompletas que servían para ganar tiempo, pero no han hecho ningún uso de ese tiempo. Ahora el tiempo se ha agotado.
¿Dará por fin la talla Europa? Esperemos que sí, entre otras cosas porque una ruptura del euro tendría repercusiones negativas en todo el mundo. Y es que los mayores costes del fracaso político europeo probablemente serían políticos.
Mírenlo de este modo: el fracaso del euro supondría una derrota tremenda para el proyecto europeo en general, el intento de llevar la paz, la prosperidad y la democracia a un continente con una historia terrible. También tendría un efecto muy similar al que el fracaso de la austeridad está teniendo en Grecia: desacreditar las tendencias políticas mayoritarias y dar poder a los extremistas.
Todos nosotros, por tanto, nos jugamos mucho en el éxito europeo, pero alcanzar ese éxito depende de los propios europeos. El mundo entero está esperando para ver si están por la labor.
Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel de 2008.
©New York Times Service 2012.
Traducción de News Clips.