Autor: Alberto Garrido (Coordinador). Fundación Cajamar. Almeria. ISBN-13: 978-84-938787-3-3
Thursday 25 October 2012, by Carlos San Juan
Indicadores de sostenibilidad de la agricultura y ganadería españolas
Dirección técnica Coordinador: Prof. Alberto Garrido
Economía: Profª. Isabel Bardají
Ganadería: Prof. Carlos de Blas
Erosión: Dra. Rosario García
Prod. Vegetal: Prof. Carlos Hernández Díaz-Ambrona
Energía/Emisiones: Profª. Pilar Linares
Edicción del libro: Jorge Ruiz y Alberto Garrido
Ayudantes de investigación
Mònica Garrido, Ing. Agrón. Fanny Ruiz, Ing. Agrón.Jorge Ruiz, Ing. Agrón.Jorge Ruiz, Ing. Agrón.
El análisis estadístico y de fuentes bibliográficas se ha orientado a la obtención de indicadores de productividad y sostenibilidad de fácil interpretación, que permiten un estudio continuado del transcurso de los años. El análisis tendencial de los indicadores ofrece una visión de conjunto sobre el número de unidades físicas –recursos naturales o indicadores medioambientales– que se precisa para obtener una unidad de producto o un euro de valor de producción. Ello ha permitido responder las siguientes preguntas:
y ¿Cuáles son las bases físicas de algunas de las producciones agrícolas y ganaderas más importantes en España y cómo han evolucionado en el tiempo?
y ¿Cómo han evolucionado las principales macromagnitudes, la productividad y la contribución del trabajo en la agricultura?
y Desde la óptica del consumidor, ¿cómo han variado los precios de algunos productos alimentarios básicos con respecto a los indicadores generales de precios al consumo?
Con respecto a los indicadores medioambientales, se concluye que la agricultura española cada vez consume menos agua y energía, pierde menos suelo y emite menos gases a la atmósfera para producir una unidad de producto (kg, litros) o un euro de producto. Habiendo diferencias en la medida y el ritmo en que esas mejoras se han llevado a cabo en las distintas producciones analizadas, las ganancias en productividad han permitido avances importantes en la sostenibilidad general de la agricultura. Destacan, por ejemplo, los aumentos en la productividad del maíz, la remolacha, el viñedo, el olivar de transformación, el melón o el tomate, superiores al 200%, requiriendo en el presente una fracción del volumen de agua, tierra, o energía similares a los que eran precisos hace 30 años. En los otros cultivos girasol, cítricos, trigo y cebada, la productividad aumentó entre el 25 y el 70%, mejoras evidentes pero que muestran signos de desaceleración en la última década. En el caso de los cereales y el girasol, esto se ha debido a que son cultivos mayoritariamente de secano, y en el caso de los cítricos, porque se ha trabajado más en la calidad y en el desarrollo de variedades menos productivas, pero más tempranas o más tardías y, por tanto, menos adaptadas a la climatología de las zonas citrícolas. También es destacable el aumento de la capacidad de los cultivos para fijar CO2 , como resultado del incremento de la productividad de los cultivos, en términos de biomasa total. El indicador euros por tonelada de CO2, muestra el coste residual que tendría la fijación de una tonelada de CO2 por un determinado cultivo. La tendencia es creciente en toda la serie, salvo en el viñedo de transformación, que ha disminuido. El indicador alcanza valores mínimos de los cereales y máximos en el cultivo de tomate, de 30 a 6.000 euros por tonelada de CO2 respectivamente. Por analogía, este indicador permite su comparación con los bonos de carbono, bonos que cotizan en el mercado de precios de carbono sobre los 15 euros la tonelada de CO2 , lo que indica que el precio que se paga por la producción de alimentos es mayor. El alto valor de los productos frescos, como el tomate o el vino, se debe a que la cantidad de biomasa seca que se comercializa es pequeña y, por tanto, la cantidad de CO2 fijado en el producto final también lo es.
En esta primera fase del estudio y para los tres productos ganaderos cuyo estudio ha sido concluido –otras especies se encuentran todavía en fase de estudio (las carnes de cerdo y pollo y los huevos)–, se ha evaluado el uso directo de agua y las emisiones de GEI. El consumo total anual medio de agua para estas tres producciones ganaderas representa en conjunto un 0,071% de la disponibilidad total de agua en Espa- ña. En el conjunto de las emisiones nacionales de GEI en 2008, las tres producciones representan, como media, un 2,50%. Por cada unidad pro- ducida, el consumo de agua directo, y las emisiones de CO2 equivalente y de óxido nitroso han descendido entre el 4% y el 22% entre 1990 y 2008. Esta reducción relativa del consumo de agua y de emisiones puede explicarse, al menos parcialmente, por una mejora paralela de la eficiencia productiva. Este incremento de la eficiencia, se traduce en una menor repercusión de los consumos de agua y emisiones de GEI, correspondientes al mantenimiento de los rebaños reproductores asociados a esas producciones. Además, a lo largo del periodo considerado, se ha obtenido un incremento (no cuantificado en el presente estudio) de la eficiencia alimenticia. La mejor conversión del pienso en producto implica un menor consumo de pienso (y por tanto de agua) y una menor producción de estiércol (y por tanto de emisiones de metano y óxido nitroso) por unidad de producto obtenido.
Atendiendo a los indicadores globales de productividad general de la agricultura, destaca el crecimiento en euros corrientes que ha experimentado la producción final agraria entre 1980 y 2003, con la excepción del período 1989-1992, debido a las desfavorables condiciones meteorológicas. Entre 1993 y 2003 el valor de la producción se duplicó, pero tras el máximo de 2003 comenzó a descender, con ligeros repuntes en 2007 y 2008 provocados por la subida de los precios de los productos agrarios. La evolución de la renta agraria, en euros constantes, ha seguido una senda ascendente desde 1980 hasta el 2003, duplicándose en esos años. Sin embargo desde 2003, la renta agraria no ha dejado de disminuir de forma que, en 2008, se ha situado en los niveles de mediados de los noventa. Las causas de este descenso en los últimos años ha de atribuirse al aumento del precio de los factores y a la reducción o estabilización de los precios en origen de casi todos los productos salvando, eso sí, el repunte de los precios de cereales, leche y oleaginosas de 2007-2008. Entre 2005 y 2008, mientras que el índice de precios percibidos por los agricultores aumentó un 11,2%, el de precios pagados por los factores de producción lo hizo un 34,5%.
Esta evolución desfavorable de los precios pagados por factores y de los precios percibidos en origen, contrasta con la creciente brecha existente entre los índices de precios al consumo y los índices de precios en origen de los productos frescos. Entre 1980 y 2008, los precios de las hortalizas para el consumo se han multiplicado por 7, pero sólo por 3,5 en origen. Para las frutas, el precio al consumo se multiplicó por 5,5, pero en origen por 1,8 entre 1980 y 2008. En el caso de la leche, el factor de aumento del precio al consumo fue de 4, y de 1,8 en destino. En consecuencia, los precios al consumo de los productos frescos han crecido mucho más que los precios en origen. Si a este análisis de la evolución de la relación entre precios percibidos y precios al consumo se une la relación, ya comentada, entre precios percibidos y precios pagados por los agricultores, se deduce la creciente pérdida de importancia de la agricultura en la cadena de valor del sistema agroalimentario, reflejándose en el deterioro de los resultados económicos. Es necesario, por tanto, incrementar la eficiencia productiva en las explotaciones agrarias para una mejora de sus resultados económicos. Desde la perspectiva de los consumidores, los índices de precios al consumo en el caso de carnes y huevos, muestran un crecimiento inferior al Índice General de Precios al Consumo (IPC). Sin embargo, los precios al consumo de las frutas y hortalizas frescas han aumentado más que el IPC. De esta forma, los productos ganaderos se han abaratado en términos de poder de compra, no así las frutas y hortalizas frescas. Finalmente, frente al aumento de la producción y la renta observado hasta 2003, se ha constatado una importante reducción en el empleo agrario, con tasas de disminución que se mantienen durante todo el periodo, aunque inferiores desde mediados de la década de los noventa. Esta disminución total del empleo incluye un importante descenso del trabajo no asalariado (trabajo familiar) y un ligero aumento del trabajo asalariado. Esta evolución responde al proceso de modernización y tecnificación, así como a la fuerte capitalización que ha experimentado la agricultura española.